sábado, 25 de abril de 2020

La importancia de un helado

Gabriela ama los helados, no importa si hace frío o calor. Ese gusto lo heredó de mi padre. A él le encantaba especialmente el sabor de vainilla y a Gabriela por coincidencia también, aunque últimamente disfruta el de maracuyá.
Gabriela sabía que su abuelito jamás le negaría un helado, así yo hubiera dicho que no. Para él, tener helados en casa era casi un deber que hacía a Gabriela muy feliz.
El helado era una de esas cosas que los unía mucho, los hacía "patas", se encubrían uno al otro.
A veces, mis hermanas y yo no queríamos que papá o Gabriela tomaran muchos helados para evitar problemas bronquiales, pero ellos se servían uno, dos y hasta tres conos de helados sin que nos diéramos cuenta. Y a la hora de preguntarles (cuando los atrapábamos con las manos en la masa)¿ por qué estaban comiendo helados? papá se excusaba diciendo que las bolas de helado eran pequeñas. Pero bien sabíamos mis hermanas y yo, que papá llenaba los conos taponeándolos hasta que estuvieran bien llenitos. De vez en cuando, Ana Lucía, mi sobrinita, también recibía su cono de helado a escondidas de su mamá. Así los tres mosqueteros veían algo de televisión con sus helados respectivos.
Para qué negarlo. Todos amamos los helados.
Cuando salíamos a pasear, Gabriela y su abuelo siempre disfrutaban de un helado y lo saboreaban con tal placer mientras conversaban, que se notaba que aquel vínculo tan especial los hacía felices. Hasta en sus últimos días de vida, mi padre exigió disfrutar de un helado junto a sus nietas a la salida del colegio y así lo hizo. Es increíble como las cosas más simples de la vida pueden llenar tanto los corazones, pues mi hija nunca olvida aquellos momentos con su querido abuelito.







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